El Camino judío. Antonio Escudero Ríos dialoga con el filósofo José Sánchez Tortosa
1 – ¿Le parece contradictorio que un
pueblo tan definido como el judío se haya constituido sobre unos caminos hechos
al andar?
Más allá de que la contradicción no es anomalía o perversión ni
remite a lo absurdo, sino que es condición racional de lo real, no está tan
claro que el judaísmo esté tan férreamente definido, al menos teniendo en
cuenta las divergentes corrientes, muchas veces enfrentadas entre sí, que en su
seno se han producido, en su mayor parte por cuestiones teológicas de hondo
calado (como la confrontación fariseísmo-saduceísmo, de enorme importancia
filosófica desde el siglo XV hasta el XVII, al menos), pero también litúrgicas
y hermenéuticas. Teniendo eso en cuenta, podríamos decir que el judaísmo ha
atravesado la historia en una suerte de búsqueda y batalla contra la identidad.
Una identidad teológica, cultural, institucional, jurídica y finalmente
política que se le ha ido sustrayendo, que le ha sido esquiva u hostil, que le
ha empujado al descreimiento y la anomalía (Spinoza) o al fanatismo y el
mesianismo más delirante (Sabbatai Zeví). Pero que ha acabado concretándose
materialmente en el Estado de Israel, esa reserva militar de Occidente, no
menos contradictorio en muchos sentidos, por otra parte.
2 – —Teniendo en cuenta que no hay
pueblo como el judío que se haya constituido sobre las Escrituras como ley y
mandato divino, ¿serían los profetas los primeros constructores de la historia
–tal como la entendemos–no solo empujada desde atrás, sino reclamada desde
delante, desde el futuro?
Parece claro que la visión lineal de la Historia está impresa en
la metafísica judaica, según la cual, nos enfrentamos a la Historia de
espaldas, viendo, si bien confusamente, el pasado, e ignorando trágicamente el
futuro. Pero esa misma visión implica unas connotaciones políticas, casi
terrenales, diría yo, que han tardado milenios en materializarse. El Estado de
Israel es la cristalización secularizada de una tradición y de un anhelo
teológico que la Shoá puso en quiebra
y que, al mismo tiempo, catalizó.
3 -—Parece que el pueblo judío, más
que la reivindicación de un espacio, ha estado buscando el tiempo, su tiempo,
su historia, ¿es también ese su parecer?
Durante la Diáspora, mientras los judíos estaban desperdigados
por Europa, y ahí el caso español es paradigmático y el de mayor relieve hasta
1492, ése parece ser el caso. Tolerados e, incluso, con posibilidades de
prosperar en los reinos de los que formaban parte, dotados de un estatuto
jurídico específico y siendo propiedad de los monarcas, esa búsqueda era
simbólica, teológica, ceremonial, institucional y no estaba, en general,
vinculada a la reivindicación de ningún territorio. La promesa del retorno a
Jerusalén, como patria de los judíos, era eternamente postergada, era un
horizonte, que escapa siempre al que lo busca. Pero tras la expulsión y los
pogromos del s. XIX, empieza a configurarse un movimiento que ya no es
mesiánico, que no es teológico, que está imbuido de cierto racionalismo
ilustrado o, al menos, secularizado: el sionismo. Sin embargo, habiendo nacido
antes de la Shoá, el sionismo se enfrenta, tras 1945, a la búsqueda imperiosa de
un espacio. Un refugio territorial y político para los judíos se convierte en
una urgencia que, ahora, ya no puede ser postergada.
4- —¿No cree que la historia, en el
caso de los judíos, más que una historia basada en el progreso es una historia
sagrada, es una historia ucrónica de la divinidad en los hombres, de la palabra
de Dios hecha escritura, una y otra vez?
Hay, desde luego, una fuerza ucrónica, o al menos diacrónica,
que ata al judaísmo a la palabra, a la escritura, y por tanto, a la ley. Es esa
condición la que determina en buena medida los rasgos culturales que en general
han presentado los judíos a lo largo de la Historia, como su amor por los
libros, su facilidad, por tradición, por educación, por necesidad, de conocer
varios idiomas. Me interesa particularmente el hecho de que sea el primer grupo
humano forjado como tal alrededor de un libro, que, como diría Borges, son
muchos libros. ¿Hay acaso algo más sagrado que los libros?
5 -—¿Cómo se combina según usted la
depurada individualidad judía con el sentimiento de colectividad de este
pueblo?
Para entender esa aparente paradoja habría que precisar desde
qué enfoque es considerada. Me da la impresión de que en épocas de bonanza y de
calma, los judíos, aunque no creo que esto sea privativo de ellos, han tendido
a la individualidad y que los lazos sociales podían aflojarse en algunos
contextos. En épocas de zozobra, esos lazos se vieron reforzados. Sin embargo,
se pueden encontrar casos que desmientan este dictamen, al menos para rebajar
su carácter categórico. El judaísmo como tal no se diluyó completamente ni en
los reinos musulmanes ni en los cristianos aun en los momentos más favorables.
Y tampoco la Shoá impidió que hubiera
individuos que trataran de desentenderse de su condición de judíos, que, con
independencia de sus sentimientos, imponía el Estado Nacionalsocialista. En
todo caso, en las situaciones más críticas y, a pesar del tópico tomado de un
fragmento de Salmos, 45, 23 (“Por ti somos asesinados sin cesar, tratados
como ovejas de matadero”), muchos judíos se unieron para rebelarse ante el
horror nazi en condiciones que abocaban al fracaso cualquier intento de
levantamiento, como las que los campos de exterminio imponían. Las revueltas en
Sobibór, Treblinka, Auschwitz, o en los guetos de Varsovia y Białystok, muestran hasta qué
punto, recordando a los mártires de Masadá, no pocos de los condenados al
exterminio por el Tercer Reich se unieron sabiendo que, una vez perdida toda
esperanza, liberados de ese mecanismo paralizador, la única posibilidad de
vivir era enfrentar la muerte presente en lucha.
6 -—Hay una ambivalencia
contradictoria entre las gentes respecto al judío. Por una parte es un pueblo
respetado y temido, por otra parte hay una actitud de rechazo hacia él, que se
manifiesta en expresiones populares y despectivas, por ejemplo «perro judío»,
«hacer una judiada», «ser un fariseo», etcétera. ¿Qué opina de ello?
Eso me recuerda el juicio que el
judaísmo le merecía a Nietzsche. En algunos aspectos admiraba al pueblo judío
por su grandeza, poniéndolo al nivel casi de los griegos de la Antigüedad. Pero,
por otra parte, lo acusaba de ser el germen del cristianismo, como herejía o
desviación suya. Sin embargo, su desprecio de los antisemitas, a pesar de la
manipulaciones de su obra y de algunos fragmentos ambiguos de su pluma, era
frontal y hasta visceral, aunque en buena medida ese desprecio tuviera un
fuerte componente estético. Es cierto que existe esa ambivalencia. Como suele
ocurrir, hay que determinar en relación a qué se establece esa reacción
bipolar. En relación con la Shoá
pocos se atreverían a invertir los términos históricos y despojarlos de su
papel de víctimas. En relación con el Estado de Israel, pocos se atreven, en
muchos ambientes, a defender su derecho (su potencia, diría Spinoza) a su
existencia y a su defensa. El judío resulta amable y aun admirable como
víctima. Cuando se defiende, empieza a resultar antipático a las mentalidades
biempensates.
7 -Existe una penetración de lo judío en lo sagrado
–incluso en el pensamiento de sus prohombres más modernos y racionalistas– como
temor de Dios, como acatamiento del mandato divino, como escritura sagrada. Es
curiosa, ¿no cree? Esa mezcla entre racionalismo científico y acatamiento de la
divinidad.
Esa
mezcla o combinación entre divinidad y racionalismo encuentra en el judaísmo el
ejemplo más acabado, también el más raro y uno de los más potentes
filosóficamente. En Spinoza, la apuesta por la racionalidad de estirpe
geométrica conduce a una divinidad despojada de los atributos personalistas
convencionales: voluntad y finalidad. El Amor
intellectualis Dei es el conocimiento de la red inagotable que cose y
ordena lo real, barriendo todo tentación de sentido, toda metafísica
teleológica. No es casual que tal milagro filosófico naciera en los círculos
del marranismo sefardí precisamente, como Gabriel Albiac reconstruye en esaobra clave que es La Sinagoga vacía.
El Dios judío está presente, principalmente, en la Ley, y su teología se
repliega a su cumplimiento como fundamento de la cohesión social del grupo. Por
eso, no es incompatible la divinidad con un racionalismo científico, del cual
ha habido figuras judías de gran importancia conocidas por todos. Es más, el
primer ateísmo moderno parece haber surgido también de círculos de judíos
conversos españoles. Hay noticias de una “secta atea” de Medina del Campo, en
los años 60 del siglo XV, cuyo lema negaba la inmortalidad del alma y la vida
más allá de la muerte. Y hubo judíos españoles que rechazaron convertirse al
cristianismo no por fidelidad al judaísmo sino por impiedad, según Poliakov.
¿Por qué pasar de una fe a otra aun más supersticiosa y fetichista? Estos casos
aportan combustible a la idea que nos habla de la peculiar excentricidad del
judaísmo a lo largo de la Historia de Occidente.
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