Entrevista para Filosofía & Co sobre la Institución Libre de enseñanza (parte II)
Versión completa de la entrevista concedida a Luis Fernández para el reportaje "Institución Libre de Enseñanza, la base de la educación de hoy", publicado en Filosofía & Co:
Parte II
Los autores de Escuela o barbarie explican su concepto
de filomatía como mayéutica y lo
ejemplifican con el pasaje del Menón
en que el esclavo va deduciendo, con la guía de Sócrates, el teorema de
Pitágoras. ¿Es eso?
Sí, sí.
Yo mismo utilizo esa referencia porque es el ejemplo más claro que conozco.
Pero eso es solo una parte. La filomatía,
o una concepción filosófica de la enseñanza, permite no solo plantear eso, sino
la necesidad de un esfuerzo individual que se da gracias al profesor pero en
función de unos códigos comunes, como por ejemplo el lenguaje. Por eso en
términos estrictos, la escuela nacionalista, recurriendo a la etimología griega,
es idiota, porque condena al desconocimiento del idioma común. Y de nuevo, los
más perjudicados son los chicos.
La
filosofía es el fundamento de la enseñanza, la raíz geométrica de la enseñanza,
tal y como está expresado en ese pasaje de Platón, y también la reflexión
crítica, digamos global, con respecto a la enseñanza en su conjunto y a las
distintas ciencias o saberes que se enseñan.
Un pedagogo, en
cambio, en principio estaría de acuerdo con usted y posiblemente diría que lo
que él hace es crear métodos para favorecer la reflexión crítica sobre los
contenidos que se aprenden, y además favorecer el aprendizaje no solo de
contenidos sino también de competencias, porque no se trata de tener los
conocimientos muertos de risa, sino de hacer algo con ellos, etc. Entonces, por
una parte, ¿qué es, en su opinión, lo que la pedagogía dice que cumple y no
cumple en cuanto a la reflexión crítica?, y, por otra parte, ¿por qué defiende
tanto el aprendizaje teórico frente al aprendizaje práctico?
Bueno…
Vamos por partes. En primer lugar, uno encuentra de todo. Entre los pedagogos
se pueden encontrar cosas medianamente sensatas hasta disparates absolutos.
Precisamente en el libro que acabo de enviar a la editorial Siglo XXI he tenido
la suerte de incluir en una nota a pie de página el último hallazgo de un
pedagogo, creo que americano, que decía que en la escuela del futuro el
profesor tendrá que enseñar lo que no sabe. Se me hace difícil imaginar una
idiotez tan extrema y tan engolada. Es que no tiene ni pies ni cabeza, no se
puede siquiera empezar a discutir con semejante burbuja vacía. Es absurdo,
simplemente absurdo. Pero bueno, ya te digo que no todo es así.
El
problema es ¿qué es la pedagogía? Porque la pedagogía, para ser una ciencia o
un saber teórico, tiene que tener un campo acotado de estudio. ¿Cuál es el
campo de la pedagogía? No existe, porque si se dice que es la educación… ¿Y qué
es la educación?
Me imagino que
ellos dirían que es el aprendizaje.
Sí, pero
el problema es el mismo. ¿Qué es la educación? Si se considera le educación como
mera instrucción o transmisión de conocimientos, se han transmitido
conocimientos desde los griegos. Si es otra cosa, ahí entran componentes que no
son estrictamente teóricos, sino emocionales, morales o ideológicos y que
tienen que ver con determinada concepción de la naturaleza humana, de la relación
mente-cuerpo… Y el problema de la pedagogía es ese. ¿Cabe en un discurso así
decir cosas sensatas? Sí. También mi madre dice cosas sensatas de vez en
cuando, pero eso no quiere decir que tenga una base. Hay un libro, bastante
despiadado y malévolo pero muy divertido, publicado en 1929, de Julián Ribera,
titulado La superstición pedagógica y
que tiene una fórmula genial: que el pedagogo pretende enseñar lo que no sabe,
mientras que el verdadero maestro es el que enseña sin pretenderlo. Por
ejemplo, realizando un oficio, y el aprendiz, trabajando con él, aprende. O
sea, que más práctico no puede ser, no es una cuestión de teoría o práctica. Y
este autor hace una analogía con la alquimia. Dice que la pedagogía es como la
alquimia, es decir, es la pseudociencia de la época cientifista. Porque claro,
presentar las cosas que se dicen bajo el manto de la pedagogía sin una cierta
autoridad, sin un cierto prestigio, resulta menos eficaz.
Siempre me ha llamado la atención, en juntas de evaluación
o reuniones con departamentos de Orientación (salvo casos especiales, con
enfermedades concretas, por supuesto, un trastorno específico que haya que
tratar en el aula de una manera concreta: eso es lo que agradece el profesor
del psicólogo, del pedagogo, del logopeda, del psicopedagogo, etc.), que
siempre apelan a ese tipo de cuestiones: la felicidad, las emociones… Pero la
escuela no está para meterse en ese terreno, ¿no? Es una cosa muy privada el
alma de uno.
Pero al mismo
tiempo un profesor trata con adolescentes y los adolescentes están en una etapa
de la vida en la que quizás conviene un cierto tacto. ¿No habría que prestarles
una atención personal, un cierto cariño?
Habría
que definir qué se entiende por cariño. Si nos metemos en ese terreno de lo
psicológico, es tan viscoso que es imposible establecer parámetros…
¿Entonces
apelaría al sentido común de cada uno?
Sí, por supuesto.
Los profesores que yo conozco, y conozco muy buenos profesores, por supuesto
que sobreviven en un aula con treinta adolescentes, y cada uno hace un poco lo
que puede. Pero yo en mi experiencia he comprobado que el profesor que mejor
conoce su materia suele ser el más respetado, y el que con más respeto trata a
los alumnos suele ser también el más respetado. Ahí estriba lo que podemos llamar
afecto o cariño a los alumnos. Por supuesto que yo a mis alumnos les quiero,
les respeto y les trato como a sujetos que pueden sacar lo mejor de sí mismos.
Pero, aunque puede sonar raro e incluso reaccionario, yo a mis alumnos, mayores
o de doce y trece años, les llamo por su apellido y les trato de usted. Y ellos
están encantados de la vida.
Pasemos a la
Institución Libre de Enseñanza, si le parece. Debe ser una de las pocas
personas en España que critican la Institución Libre de Enseñanza. ¿Por qué la
critica?
Yo empecé a
estudiarla a partir de una biografía de José María Marco sobre Giner de los
Ríos. Se centra más en la figura de Giner, evidentemente. Quien sí se refirió,
no tanto a la Institución, sino al krausismo fue Gustavo Bueno en algunos
textos. Y hay un profesor que murió hace no mucho, Enrique Ureña, que a través
de un rastreo por documentos revela que Sanz del Río había plagiado un texto de
Krause como si fuera una traducción suya… Eso no es tan importante, pero sí es
importante que el krausismo, que es un humanismo vago, un idealismo pero muy
tibio, acabó recalando en España por medio de Sanz del Río, cuando es una
escuela que en Alemania apenas tenía influencia. Aquí caló y encajó bien con
cierta sensibilidad afín a la socialdemocracia… Giner de los Ríos es discípulo
de Sanz del Río y aplica el krausismo a la enseñanza. Esto tiene que ver con la
llamada crisis de los profesores universitarios, después de lo cual funda la
ILE.
Muchos tópicos de la pedagogía actual son herederos de la
ILE, por ejemplo, que el aprendizaje debe salir de la viciada atmósfera rancia
y atosigante del aula, para salir al campo, las excursiones, el aprendizaje
práctico, que el niño experimente el aprendizaje en sí mismo y todo eso… Pero
cuando uno lee un poco a fondo estas cuestiones encuentra curiosidades
ilustrativas. Por ejemplo, Giner de los Ríos habla muy bien de la educación
jesuita, porque la educación jesuita es personalizada y se basa en la
transmisión de una cierta moralidad, es decir, es educación y no solo
instrucción, que es lo que ellos pretenden. Tenían sus diferencias, claro, pero
en el fondo viene a reproducir un mismo modelo. Otro caso llamativo es cuando me
parece que Onésimo Redondo, un falangista muy conocido, habla muy bien de Giner
de los Ríos como educador, como pedagogo… Esas confluencias son llamativas.
¿Qué ha quedado de eso? El recelo frente a los exámenes,
por ejemplo. Si tienes diez alumnos que son hijos la mayoría de la alta
burguesía, puedes permitirte el lujo de ser rousseauniano, de no prohibirles
nada y de no hacerles exámenes siquiera para saber su rendimiento. Aun teniendo
en cuenta las ventajas que pudiera tener y que no niego taxativamente, me
parece catastrófico, absurdo o puramente propagandístico aplicarlas a una
escuela masificada. Si yo tuviera diez alumnos y estuviera con ellos tres horas
al día todos los días, no necesitaría examinarles tampoco. Este es uno de los
defectos de la reivindicación acrítica, a mi juicio, de la ILE.
A mí siempre me
explicaron el krausismo como una especie de cristianismo laico orientado hacia
la parte ilustrada del cristianismo. Entonces uno puede pensar que está muy
bien para la educación porque consigues no solo una instrucción ilustrada, sino
también educar el alma ilustradamente.
Entonces, ¿qué tiene de malo educar el alma en esos buenos sentimientos, en el
respeto, el raciocinio?
Son cosas
distintas e intervienen distintos modos de entender la función del Estado y de
una institución como la escuela.
A lo mejor es un planteamiento demasiado amplio, pero me
parece necesario. Hay un texto, que por otra parte es bellísimo, que marca un
antes y un después: De magistro, de
san Agustín. Por motivos evidentes, la racionalidad impersonal propia de la
filosofía, que es el sustrato en el que la enseñanza es posible, como en
Platón, es abandonada o suplantada por un absoluto que esta vez es personal: el
ser humano conoce, aprende, por la mediación del Absoluto. El maestro hace la
función de vicario, de transmisor, de unos conocimientos que le sobrepasan o le
exceden. A partir de aquí hay una línea de continuidad en todo el pensamiento
cristiano, sobre todo a través de santo Tomás, que lo sistematiza. ¿Qué pasa en
la modernidad? Que simplemente se seculariza y ese Dios que era fuente de la
que emanaba el conocimiento y por tanto el aprendizaje es suplantado por otros
absolutos: la Naturaleza, con Comenius y Rousseau, y el concepto de Humanidad.
La enseñanza como un proceso de salvación, que no está de ninguna manera en los
griegos porque no es un asunto personal, empieza con san Agustín y llega hasta
hoy.
Yo establezco (pero porque está en los textos, ¿eh?) la
analogía entre el aprendizaje y la salvación del alma. La salvación del niño,
presuponiendo una especie de alma universal o trascendental, recorre toda la
tradición y perdura hasta la ILE, donde se ve claramente, en las biografías y
en los textos, cómo asumen la enseñanza como un sacerdocio. ¿Cuál es el problema
de pretender enseñar tomando como referente un absoluto, sea Dios, sea la
Humanidad, sea la Naturaleza? Sencillamente que no existe. No puede concebirse
desde una filosofía, no digo ya materialista, sino simplemente racionalista. No
puede admitirse como criterio fundamental o fundacional de la enseñanza, por
mucho que ese Absoluto se haya secularizado, trivializado o abaratado. Ese es
el saco en el que caen todas las apelaciones a la moral, a la felicidad y todo
eso. Es mil veces más educativa y moralmente más instructiva la neutralidad
rígida y estricta de un profesor de Matemáticas que todos los sacerdotes laicos
que monopolizan la pedagogía. Por eso decía antes que la felicidad es algo muy
personal, igual que lo es el alma. Tradicionalmente estaban muy demarcadas las
funciones, para bien y para mal. La felicidad y la educación moral eran
competencia de las familias, pero ese modelo ha desparecido, es obvio. Y aunque
es hasta cierto punto aberrante que un funcionario del Estado le tenga que
decir a mi hija que hay que reciclar, doy por sentado que, dadas las
circunstancias, es inevitable.
¿Y tiene alguna
virtud la ILE?
Claro, de
allí salieron personajes brillantes. Y yo valoro mucho la Junta para la
Ampliación de Estudios, que promocionó los estudios en el extranjero y la
investigación. Esta era otra cara de la ILE. Ahí fue muy importante, por
ejemplo, Ramón y Cajal. Eso es lo más valioso de la ILE. Y, entendida como una
enseñanza privada pero para élites, puede tener sus virtudes. Pero extrapolada
a una escuela masificada desempeña una función de cobertura mediática.
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